Renunciar a lo que uno más quiere, es una de las sensaciones más horribles del mundo. Es darte cuenta que por más de que te hayas esforzado, una y otra vez haber intentando relajarte y creer, nada de ello valió la pena. Es abrir los ojos y ver lo que todos ven; ver que todo fue una mentira y más que eso; fue una mentira y media. ¿Por qué una mentira y media? Porque además de ser una mentira, fue dolor, fue traición, fue falsedad y engaño; fue levantar una enorme pared con lindas acciones que se fueron desvaneciendo con los errores. Y aceptarlo es lo que nos hace más valientes, aceptarlo y seguir adelante; vivir los días como si cada uno de ellos fuera el último. Pero a veces, por más de que lo intentemos, es imposible tratar de evitarlo como si fuera nada. Porque en el fondo (a veces muy en él), sabemos que esa persona, esa situación, esos momentos son imposibles de olvidar, y es imposible seguir adelante cuando cada cosa que pasa nos lo recuerda. A la vez, es increíble como se nos puede borrar completamente la sonrisa del rostro, sin dejar siquiera rastro. Es increíble como llorar puede ser la mejor cura para el dolor, y es increíble como uno puede imaginar, maquinar algo que nunca fue y darse cuenta que nunca lo va a ser.Es querer a una persona tanto como nunca lo imaginamos, es intentar hacerla feliz por todos los medios posibles aunque nunca sea suficiente, es intentar decir cosas inexplicables, porque sí, lo que a veces sentimos es inexplicable. ¿Y cómo explicar que estamos completamente destrozados por algo nunca concretó? Saber que todo empezó como un juego, no más que una simple amistad, no más que risas y complicidad; y terminó como algo más que todo; terminó con conocer a la otra persona más de lo pensado, comprenderla en todo sentido y apoyarla por sobre todas las cosas; terminó con querer acompañar al otro de una forma más intensa, más cómplice, más cercana, por más de que la otra persona quisiera lo contrario. Es ver el principio y el final. Es entender que por más de que nos basta con ver al otro feliz, en el fondo, nos está matando no ser nosotros mismos la causa de esa felicidad. Ver a lo lejos esa risa, ver ese caminar, leer esos labios, o simplemente comprender esa mirada; la mirada más profunda que jamás podríamos haber cruzado. Es entender que por más de que queramos no hay nada más que hacer, no hay nada más que esperar, es entender que lo que no queremos ver esta justo en frente de nosotros; y es la realidad. Es querer sin esperar nada a cambio, querer mirando a lo lejos, querer con esa estúpida ilusión de esperar algo; una señal, querer sabiendo que el otro no corresponde, querer sabiendo que estamos tirando todo por la borda, querer sabiendo que hicimos todo lo posible, querer teniendo miedos y dudas, querer arriesgándose, querer siendo feliz a pesar de todo, querer porque es la sensación más hermosa del mundo, querer sin importar que el otro no sienta lo mismo, querer sin miedo al rechazo, querer amando.
Sí, es renunciar.